La casita feliz

Ana Fabry

LA CASITA FELIZ

La casita oficia aquí como elemento central, como símbolo autónomo y como tema recurrente en la obra de los últimos años de Ana Fabry y que se presenta en la muestra del MAC.

Reconocer un significado universal a la casa como hábitat, como lugar, supone revelar su importancia como sostén interno, como punto de unidad donde habitar y contener la propia identidad. A la hora de volver debe haber una morada contenedora donde cobijarse, protegerse  y resguardarse.

La casa se cimenta en la solución de las urgencias y de las necesidades, donde uno puede ocultarse de ser visto y es el recinto sagrado donde se permite la entrada o no a otros.

Ana Fabry lo sabe bien y entra en combate permanente con el deber ser del hábitat humano, y sus necesidades no resueltas. La casita feliz tiene que ver con las viviendas sociales, esas pequeñas casas de planes realizadas con un molde predeterminado, construidas regularmente y que no responden ni cerca al ideal de hogar añorado y menos aún a la conformación de tranquilidad que supone una casa. Estas casitas son de una arquitectura precaria, de una estructura obsoleta que irremediablemente traerán más problemas que soluciones a quien las habite.

Sustentadas y ensambladas  con poca firmeza nunca se instalan como verdaderos recintos de sostén para sus moradores. Las casitas son en definitiva una carga mas, una delimitación negativa con contingencias posibles e inabarcables así como totalmente inconvenientes para la convivencia.

Hay un ánimo manifiesto en cada objeto, pintura o instalación, que surge de las diferencias esenciales de la configuración de estas casas, sus dimensiones, y su anclaje efímero al terreno de base.

Hay además gravitaciones en la protección que seguramente no se logrará en ellas. Los avatares climáticos, el paso del tiempo dejarán ver los apresurados ajustes, los precarios materiales que contrarían la firmeza necesaria, y así a la vista  aparece la ruina inminente a la que fueron sometidas desde sus inicios, partiendo de un proyecto tan frágil como transitorio.

En cada sala hay un gran número de casitas representando, cada una dotada de una decoración particular y propia, todas tienen la misma conformación estructural y la misma disposición interior  ya que responden a un premoldeado, claro está que las variantes aparecen de acuerdo a lo que sucede adentro y afuera de ellas.

Por eso los rótulos puestos por la artista darán las pautas concretas de alegrías o infelicidades, de heridas pasadas y presentes, de discreción o encierro, de abulia rutinaria, de deseos cumplidos, de atiborrados elementos culinarios, de espejos donde reflejarse y de tantos otros estados de ánimo y situaciones de sus moradores.

Además están las escenografías y ambientaciones de casas, con todo su mobiliario en detalle donde pueden verse varias escenas cotidianas sucedidas. La ausencia de personajes las hace aún más contundentes, reflejando de inmediato hechos, deseos, situaciones y decisiones tomadas. Una sábana caída de la cama recientemente abandonada y los cajones vacíos de la cómoda, hablan a las claras de la huída de esa escena, de alguien que tomó sus cosas y se fue del lugar dejándolo vacío.

Cada escenografía cuenta una historia que habrá que descubrir, Fabry nos tiene acostumbrados a la apelación del humor en primera instancia y es allí cuando pasada la sorpresa se deshilvana  el acontecimiento interno que la convoca. Siempre subyace una enquistada violencia doméstica, aparece un aletargado drama familiar o se cuela un acorde patético para dar cuenta de sus propios estremecimientos, de sus desencantos y de vivencias tan fuertes que salen a la luz como veladas e inocultables realidades.

La torta de casamiento es un punto clave, hecha de rollos de papel higiénico, broches y platos de cartón dan cuenta de lo que será ese compromiso asumido, que cada día tendrá sus establecidas secuencias rutinarias y que cada elemento determinará la vida de quienes tomen la decisión de unirse en matrimonio. Contundente, Fabry administra con crudeza elementos e ideas, desacraliza conceptos y pone en el tapete lo que para ella es una institución tan arcaica como arbitraria e inestable.

Rastreadora por naturaleza, encontró pequeños muebles y enseres para ambientar sus casitas y como posproductora los utilizó mezclándolos con acabados trabajos propios, por un lado de costura en sábanas, manteles y toallas, y por otro de pintura en empapelados o frente de muros y allí esta su mano instalada hasta la médula en cada una de las singulares casitas de referencia.

La ejecución de cada elemento es impecable, su manera de producir visualmente no se inicia en lo que vemos sino que comienza en un cuaderno de ideas y bocetos donde se van determinando signos y se ubican las señales de lo que ocurrirá luego, donde se configura progresivamente  la naturaleza interna del pensamiento del artista y se constituye el fundamento de su esencia.

Lic. Stella Arber

Directora del MAC

 

[Video de la muestra]