Sustentabilidad
Pandemia: Sociedad y naturaleza en un momento bisagra
Jueves 4 de junio de 2020 / Actualizado el jueves 4 de junio de 2020
Frente a los fuertes componentes ambientales de la emergencia del COVID-19, especialistas en conservación llaman a repensar la relación con la naturaleza. Aportes desde la UNL en el Día Mundial del Medio Ambiente.
Cada 5 de junio se conmemora el Día Mundial del Medio Ambiente y este año llega en medio de una pandemia que es, en parte, un problema ambiental. Al mismo tiempo, los momentos más estrictos de las cuarentenas encaradas en los diferentes puntos del planeta incluyeron cielos sin aviones, industrias detenidas, silencio en calles vacías y todo eso dejó una huella en el ambiente. Unos pocos días bastaron para dejar asomar un aire más limpio o la postal de animales caminando por las calles, y es esperable que en 2020 los indicadores ambientales sean atípicos y mejores que otros años. Pero los especialistas advierten que estas postales no serán más que una anécdota si no se transforma el modo en que las sociedades se vinculan con la naturaleza.
“Los animales que se vieron en espacios normalmente ocupados por el hombre ya eran frecuentes allí y vivían escondidos por la persecución de la que son blanco o por los enormes disturbios que causa la actividad humana, como el ruido y la circulación de autos”, explicó Alejandro Giraudo, docente e investigador de la Universidad Nacional del Litoral (UNL) y el Conicet. “También creo que se volvieron visibles porque ahora todos tenemos más tiempo para verlos y para muchos fue percatarse de que hay aves, serpientes y mucho más”, agregó.
Si bien este es un efecto colateral de las medidas de aislamiento, Giraudo subrayó que estos episodios no deben entenderse como el comienzo de una rápida recuperación de la naturaleza. “En Argentina las actividades agrícolas intensivas que son las que provocan mayores pérdidas de hábitats y biodiversidad continúan como siempre y se vieron fotos de deforestación en la región de Chaco o Salta”, ejemplificó el investigador del Instituto Nacional de Limnología (INALI) dependiente de la UNL y el Conicet.
Punto de quiebre
La pandemia de COVID-19 puede entenderse como una de las múltiples consecuencias adjudicables, al menos en parte, a los efectos que la actividad humana tiene sobre el sistema ambiental. “Las sociedades que formamos parte y dependemos de este sistema ambiental ya enfrentamos una serie de consecuencias negativas como la contaminación del agua, la polución, la acumulación de basura y el cambio climático. Esto va impactar mucho más fuerte a los sistemas socioeconómicos que el COVID, pero ese impacto va a ser en plazos más largos y por eso nos cuesta percibirlo”, señaló Giraudo.
Transformar la relación con la naturaleza es tan complejo como transformar la totalidad del modo de entender la sociedad. Los especialistas insisten en destacar que no es un problema biológico sino un planteo político que sucede tanto en el plano macro, en la redefinición de los modos de entender a la sociedad, la economía y la cultura, como a una escala mucho menor, de los hábitos y decisiones individuales y de pequeños colectivos. “Este tiempo de cuarentena nos obligó a modificar hábitos de consumo, a pensar cómo administrar los recursos porque debíamos quedarnos en casa. En este momento podemos pensar qué impacto tienen nuestras actividades y cuáles podemos cambiar”, enfatizó Giraudo.
El rol de las reservas
De cara a lo que los biólogos llaman la sexta gran extinción, debido a la velocidad de pérdida de biodiversidad, es necesario articular esfuerzos para encarar políticas que tiendan a mejorar la relación naturaleza-sociedad. Uno de los puntos es valorar los ambientes silvestres y en ese sentido las áreas protegidas juegan un rol importante. “El tratado internacional de biodiversidad dice que un 17% de la superficie de un territorio debería estar protegida. En el caso de la provincia de Santa Fe estamos por debajo del 1% y con algunas categorías podríamos llegar al 2 o 3 %. Tenemos que proteger mucho más nuestros ambientes”, resaltó Giraudo.
La UNL cuenta con dos reservas naturales, una ubicada junto a su ciudad universitaria, en la ciudad de Santa Fe, y otra anexa a la Escuela de Agricultura, Ganadería y Granja, en Esperanza. Estos espacios son herramientas fundamentales para la conservación in situ de la biodiversidad. “Las áreas protegidas pueden ser de diferente tipo pero tienen en común que definen a la conservación de la biodiversidad como la finalidad de ese territorio. No es su único fin porque hay otros como son los productivos y de recreación, pero están organizados en función de la tarea principal que es la conservación”, detalló Pablo Tabares, vicepresidente de la Fundación Hábitat y Desarrollo, entidad responsable -junto con la UNL- de la Reserva Ecológica de la Ciudad Universitaria (RE-CU).
Tabares recalcó que RE-CU sigue siendo un área modelo de manejo y gestión. “A pesar de las décadas transcurridas, es la única área protegida de la provincia que reúne una serie de requisitos que incluye infraestructura de uso público, guardaparque, programa educativo y programa de investigación científica”, subrayó.