por Juan Carlos Alby
“El médico es un hombre que vale por muchos otros”
Homero, Ilíada XI, 514
por Juan Carlos Alby
“El médico es un hombre que vale por muchos otros”
Homero, Ilíada XI, 514
Uno de los acontecimientos más trascendentes de la historia universal fue el nacimiento de la medicina como un “saber técnico” o ars medica. Esta conquista prometeica de la inteligencia humana se debe a Hipócrates, personaje del que se sabe muy poco y a quien Galeno, otro célebre médico del siglo II d. C. llamó “el inventor de todo bien”.
El título universitario de “Médico” conserva su forma masculina porque hasta hace algunas décadas la Real Academia Española de la lengua sólo admitía el género masculino en razón de que la medicina era casi exclusivamente ejercida por varones. Lo mismo ocurría con los títulos de “Abogado” y de “Arquitecto”. Hoy, en cambio, en nuestra lengua es posible decir “la médica” porque ya es una realidad incontrastable que esta profesión incluya multitud de mujeres. Pero, desde el origen mismo de la medicina, resultaba algo extraordinario e incluso prohibido que una mujer accediera a este tipo de conocimientos. Así, por ejemplo, una mujer ateniense del siglo IV a. C. llamada Agnódice tomó clases en Alejandría bajo el magisterio de Hierófilo, el gran anatomista de la época, ansiosa por poder ayudar a las mujeres en sus partos. Pero para poder hacerlo debió disfrazarse de hombre porque las leyes de Atenas no permitían a las mujeres estudiar medicina. Celosos de sus resonantes éxitos, los médicos la denunciaron ante el Areópago; pero la oportuna intervención de las damas atenienses a quienes había asistido en sus partos hizo que Agnódice no fuera condenada, se derogó la ley y las mujeres pudieron estudiar medicina. En nuestro país, la primera médica fue Cecilia Grierson (1859-1934), quien se graduó en 1899 en la Universidad de Buenos Aires con una tesis titulada “Histero-ovariotomías efectuadas en el Hospital de Mujeres desde 1883 a 1886”.
La sociedad argentina de entonces no admitía que una mujer estudiara medicina a pesar de que no existía una ley que lo prohibiese. Por tal motivo, para llegar a su meta, esta valiente mujer debió padecer la burla y las malas artes de sus compañeros de estudio varones que interpusieron todos los obstáculos posibles en su carrera.
En la actualidad la carrera de medicina es frecuentada por miles de estudiantes jóvenes y adultos, mujeres y varones. Las motivaciones que los impulsan a estudiar esta carrera pueden ser muy distintas, pero en el fondo subyace la común vocación que encierra el significado de la palabra “médico”. La misma proviene del latín medicus, palabra que a su vez procede del verbo medeor, “cuidar”. De aquí se derivan palabras como meditari, “meditar” o remedium, “remedio”. Detrás de todos estos significados está la raíz indoeuropea med- que origina la palabra griega médomai, “medir”, “pensar”, “cuidar”. Es así como los tres significados convergen en el vocablo “médico” y nos permiten entender el sentido verdadero de la medicina. Por lo tanto, un médico es alguien que “medita”, “cuida” y “remedia”. Precisamente de estos últimos significados surgen los dos modelos médicos hoy vigentes entre nosotros. Por un lado, la “medicina de la cura”, cuyo objetivo es luchar contra la enfermedad y la muerte. Este modelo presenta el inconveniente de confundir el objetivo de su acción, que debe ser el enfermo y no la enfermedad. Su predominio ha conducido a una medicina hegemónica y paternalista que acentúa la asimetría y desigualdad existentes entre el médico y el paciente. La relación entre ambos se desnaturaliza y la autoridad del médico se exagera a tal punto que puede culminar en el encarnizamiento terapéutico al tratar de curar de manera forzosa más allá del daño que esta acción pueda causar. Se denomina “iatrogenia” al daño originado por el médico que, queriendo hacer el bien produce en cambio, un mal. De ahí que el juramento hipocrático que todo egresado de esta carrera pronuncia en voz alta en su colación de grado, dice que “lo primero es no dañar” (primum non nocere), pues, en medicina, la “no maleficencia” (no hacer el mal) es anterior y más importante que la “beneficencia” (hacer el bien). El otro modelo médico es el de la “medicina del cuidado” o del acompañamiento, en que la intervención del médico consiste en guiar al paciente hacia la curación que acontece por la acción de las fuerzas curativas que radican en todo ser humano (vis medicatrix naturae). En este paradigma el médico es “el que cuida” antes que “el que cura”. Para ejercer el arte médico en esta dirección hace falta un profundo conocimiento de lo humano que no se agota en la mera biología. Este conocimiento hunde sus raíces en la antropología, en la psicología y en la sociología, ya que considera al ser humano como una totalidad compleja e inseparable en partes. La concepción que la Organización Mundial de la Salud tiene del ser humano como ser “bío-psico-social” no implica la suma de tres partes sino más bien una unidad inescindible atravesada por las dimensiones biológica, psicológica y social, las que se integran en una prodigiosa síntesis en este fenómeno único e irrepetible en el universo, el hombre.
Nuestra propuesta académica en la Facultad de Ciencias Médicas de la Universidad Nacional del Litoral se orienta hacia este último modelo, por considerar que recupera las intuiciones originarias de la medicina en sus comienzos y que es el más humano, ya que reconoce tanto la dignidad del médico como la del enfermo en el contexto de una relación respetuosa, afectiva y científica a la vez.