Cuando pensamos en el arte, generalmente evocamos una pintura o bien en un museo donde encontramos obras que están expuestas para que un público las contemple. De alguna manera se parece a un espacio sagrado, donde las obras se muestran para que nos acerquemos a ellas con reverencia. Y esta comparación no es gratuita: hace muchos años las misas se pronunciaban en latín, y los fieles asistían y repetían lo que escuchaban sin entender lo que decían. Algo así pasa en los museos cuando nos paramos frente a una obra, donde a veces no entendemos muy bien qué es lo que estamos observando ni el lenguaje en el que las obras nos hablan. Muchas veces necesitamos “traductores” que nos expliquen lo que estamos viendo.
Sin embargo el arte es algo menos sagrado, más cotidiano y cercano a nosotros de lo que creemos. No porque puede estar en un cuadro de nuestra casa, con una función decorativa, sino porque está presente donde miremos: en la arquitectura de las casas y edificios que frecuentamos, en las publicidades que vemos, en la ropa que usamos, en los objetos que nos rodean. No siempre el arte nos quiere decir algo, cumplir un rol comunicativo. Simplemente está frente a nosotros, mostrándonos los alcances de la imaginación y la creatividad humana. En ese sentido, el arte no se molesta en decir nada, sino que directamente ejecuta. Hace uso de la libertad de crear algo que antes no existía y lo instala frente a nosotros. Y en ese sentido el arte está haciendo algo importante: muestra que las cosas pueden percibirse de maneras diferentes de como estamos acostumbrados.
Si prestamos atención al arte inscripto en las pequeñas cosas que nos rodean, esa diferencia nos puede inquietar: ya sea porque nos produce asombro y felicidad o bien incomodidad y rechazo. Todo depende de qué tan cómodos nos sentimos con lo nuevo que aparece frente a nosotros.
Al parecer el arte no se limita a la interpelación emotiva o intelectual de cada uno de nosotros de manera individual, sino que también se proyecta a otras dimensiones de la vida social y cultural. En esa mostración de los alcances de la creatividad, cuestiona los límites con los que hemos sido educados y que reproducimos a diario para vivir con otros. Es por eso que el arte es crítico, porque quiebra un orden y nos invita a pensar cómo es o cómo nos gustaría que sea el mundo en el que vivimos. Y en ese aspecto el arte es político, porque quiere movilizar la parsimonia social que a veces se necesita para manipular a una población. No por nada en los artistas son los primeros en ser perseguidos en los gobiernos totalitarios y de facto.
Al igual que la ciencia, el arte va más allá de lo que creemos que es la realidad: es una forma de pensamiento que despliega situaciones complejas, hace preguntas y plantea problemas. Igual que la tecnología, el arte transforma lo que hay a nuestro alrededor y lo vuelve otra cosa. Pero a diferencia de la ciencia y de la tecnología, el arte no da respuestas ni soluciones únicas, sino que nos hace participar, nos convoca para que pensemos opciones más allá de lo posible. Dicho esto, en los museos hay un tipo de arte creado a los fines de la contemplación y la comunicación. Pero hay arte en los libros, los teatros, los espacios públicos y privados, en algunos cines y medios de comunicación, en la vestimenta, la comida, los sonidos…. A diferencia de lo que creemos habitualmente, el arte no es algo bello que podemos ver, sino una perspectiva desde donde interrogar y transformar la realidad. El arte es una de las múltiples formas que adopta el pensamiento, apelando a otras dimensiones que la ciencia y la tecnología no pueden asumir desde la pura racionalidad.