La ciencia es una práctica que no se desarrolla de manera solitaria, sino en redes donde la información se comparte. En ese contexto se espera que se detecten problemas nuevos y se responda a necesidades de una mayor cantidad y diversidad de personas. A medida que el tiempo avanza y se especializan esas prácticas, se ingresa a la institucionalización, donde se construyen protocolos y modos tradicionales de trabajo. Esto organiza el trabajo y hace más efectivo el uso de los recursos disponibles, pero también puede constituir una trampa para el desarrollo mismo del conocimiento. Y más allá de eso, cuando el saber se produce, la misma red de relaciones puede, potencialmente, no estar disponible de manera democrática para todos los que necesitan de esos conocimientos. Esa es la instancia en la que es necesario el examen ético de los usos de la ciencia.